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Dejando a un lado los motivos obvios (cuartos de final de un torneo continental de selecciones, un rival en auge…), era tremendamente difícil para España encarar el partido ante Eslovenia tanto en lo físico como en lo psicológico por un nombre propio: Jordi Torras. La lesión y el adiós al campeonato del ala del Barcelona, viejo roquero del fútbol sala español, bien podría haber servido de acicate negativo para que los de Venancio hubieran jugado al son del «algo se muere en el alma / cuando un amigo se va…».

Pero no. España no escenificó en la pista el trance que supone perder al alma mater de tu equipo. La Selección española no entiende de ausencias ni de contratiempos. Podría afirmarse que La Roja es, en realidad, una máquina compuesta por 15 engranajes infalibles, una maquina sin sentimientos ni pensamientos racionales, simplemente programada para ganar. Y Eslovenia, un combinado que cotiza al alta y que logró la machada al derrotar a Italia en la fase de grupos (también consiguió un empate en la preparación del Europeo ante España), lo sabía. Por eso reforzó su ya de por sí rocoso juego: cada jugada era una oportunidad de dejarle un regalo a un jugador español. Un ‘codillo’ por aquí, una patadilla por allá…

Y el árbitro, mientras tanto, pensando en sus cosas. Pero más vale mañana que fuerza y, más aún, maña con fuerza. Así jugó España: sin encoger la pierna y moviendo el balón, al principio con demasiadas imprecisiones y, con el paso de los minutos, más acertadamente. Y, a falta de poco más de ocho minutos para el descanso, nació el 0-1 de ese vientre con alta tasa de natalidad que es la pizarra de Venancio: saque de banda que recoge Lozano sobre la línea, salida espectacular del madrileño y pase al segundo palo, donde, como tantas veces en el Barcelona, esperaba Fernadao para empujarla. Abierta la lata, Eslovenia fue perdiendo fuerza como la Coca Cola. Rafa, eso sí, tuvo que emplearse a fondo cuatro veces que quedaron en anécdota porque Eslovenia defendía bien, pero atacaba con la imaginación de un muñeco de madera.

Mientras Eslovenia intentaba no descomponerse, con su entrenador corriendo como si fuese el sexto hombre (sin entrar en la rotación, además), José Ruiz dio al poste solo en el segundo palo y Rafa Usín, a dos minutos y medio del entretiempo, hizo el 0-2 tras un robo de Raúl Campos en tres cuartos de campo. El pívot desafió las leyes de la Física con un movimiento complejo que culminó encontrando el único hueco posible entre un mar de piernas.

Tras el descanso, Lozano estrelló en el exterior del palo una falta aledaña al medio del campo, Osredkar salvó casi bajo palos un tiro de Campos tras una falta indirecta y Rafa, en coautoría con José Ruiz, solventó una clarísima ocasión eslovena mediante una falta botada por Fetic, volviendo a repetir intervención el meta de El Pozo en otra falta a siete minutos del final que le costó una amarilla a José Ruiz que le inhabilita para jugar el siguiente partido.
Eslovenia sacó el portero-jugador cuando el crono marcaba 04:47, pero no pudo maquillar la desidia exhibida en la segunda parte, en la que, al igual que España, pareció comparecer consciente de cuál iba a ser el final. Su castigo, dos goles más en contra, los dos de Aicardo, tras una volea a la salida de un córner y un disparo desde su campo.

En resumidas cuentas: otro día más en la oficina para España, que sigue fiel a su cita con las semifinales continentales, en las que ha estado siempre desde la primera edición del torneo. El jueves 6, a las 20.30 h, ante Rusia, la última piedra, quizá la más fácil para tropezar, en el camino español hacia la séptima Eurocopa.