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La previsión meteorológica anunciaba sol en París y lo único que había eran nubes y una baja temperatura de 12 grados que no era la ideal para jugar a tenis. Rafael Nadal se había visto obligado a madrugar el viernes porque estaba programado en el primer turno de la Suzanne Lenglen. Debía esperar a que no lloviera para tener opciones de terminar su partido que debía haberse disputado un día antes ante el eslovaco Martin Klizan, 35 del ranking ATP y con el único gran mérito este año de haber alcanzado las semifinales del Open 250 de Casablanca. Fabio Fognini, rival del balear mañana por un puesto en octavos de los Internacionales de Francia, disfrutaba de una jornada de descanso.

A Nadal, al igual como a Roger Federer el miércoles, le tocó jugar en la Lenglen. Siempre le ha pasado en las ediciones pasadas, al menos una vez. Lo hace la organización para no limitar su participación en exclusiva a la Philippe Chatrier y así permitir que más espectadores vean en directo al heptacampeón.

La segunda central del Bois de Boulogne es conocida como el cementerio de los campeones. No tiene nada que ver con el resto de pistas por su humedad, que dificulta el bote alto de la pelota. Allí perdieron antiguos mosqueteros del Abierto galo como Carlos Moyá en la edición de 2003 ante el sorprendente Martin Verkerk. El gigante holandés llegaría luego hasta la final con Juan Carlos Ferrero. No cayó el manacorí, que amplió su casillero de victorias en el año hasta las 38, aunque tuvo que remontar un marcador adverso.

Nadal empezó errático con el servicio, donde no conseguía pasar de los 140 kilómetros por hora en el segundo saque. Klizan lo aprovechó para convertir una rotura. Corría el séptimo juego, el que llaman psicológico y Rafa ya había cometido una doble falta. El eslovaco mantuvo su renta y se anotó el primer set ante el vigente campeón, como el lunes había hecho el alemán Daniel Brands. Nunca antes había experimentado algo igual el rey de la tierra, ni en Paris ni en ninguno de los otros tres ‘Grand Slam’.

A Klizan, después de que el balear le hiciera ‘break’ en el segundo juego de la continuación, le cogieron todos los males. Se dolía del tobillo. Nadal, a lo suyo, había reaccionado como sólo lo hacen los grandes. Tras encajar el golpe le endosó un parcial de 4-0. Firmó las tablas en el tanteo. En la grada aplaudía Karol Kucera, entrenador del tenista eslovaco. Su pupilo disfrutó de dos oportunidades de igualar a cuatro juegos el tercer asalto. Falló y por ahí se le fue el partido hasta hincar la rodilla por 4-6, 6-3, 6-3 y 6-3, en 2 horas y 44 minutos.

Si se miran las cifras que Nadal mantiene en Roland Garros pueden asustar a cualquiera. De los 55 partidos disputados, sólo ha perdido uno, o, lo que es lo mismo, ha decantado a su favor 54, a cuatro del récord absoluto que conservan, de momento, Guillermo Vilas y Nicola Pietrangeli. Esa misma marca la persigue también Roger Federer, que en la actualidad suma 56 triunfos en suelo parisino.

Nadal está a cinco partidos de alcanzar las ocho coronas de Roland Garros, algo que nadie ha conseguido en París ni en ninguno de los otros cuatro grandes escenarios del deporte de la raqueta. El balear aspira a llegar a los 12 títulos de ‘Grand Slam’, igualando a Roy Emerson, y convieriéndose en el segundo tenista más joven en alcanzar ese número por detrás de Federer. Si levanta la Copa de los Mosqueteros el 9 de junio tendrá 27 años y 6 días. (mARCA.COM)